Cuando hablamos de pioneros del diseño sostenible nos suelen venir a la cabeza sesudos investigadores y laboratorios repletos de tecnológica que dan lugar a artefactos ecoeficientes relacionados con la producción de energía, la movilidad o con complejas infraestructuras industriales.
Pero nos olvidamos que el concepto de sostenibilidad también engloba las dimensiones social y económica, por lo que cualquier avance que provoque una mejora en nuestro bienestar, y que sortee y de solución a cuestiones de índole económica, también es un ejercicio de diseño sostenible.
En este caso vamos a ir a la tierra que vio nacer a los inventores del submarino y del autogiro, precursor del helicóptero. Allí encontramos la figura de Don Pedro Conesa que, con su ingenio y vocación de servicio, supo sortear dificultades y dar lugar a un hito cultural y gastronómico por el que ya es reconocido y recordado.
Y para ello contamos con los escritos, publicaciones y documentos gráficos proporcionados por su nieto, José Andrés Rosique Conesa, fiel garante del legado de su abuelo.
Pedro Conesa Ortega nació el 2 de noviembre de 1913 en el seno de una humilde familia en el paraje de Los Gutiérrez a escasos dos kilómetros del Albujón (Murcia – España). Su padre, Francisco, faenaba como minero en La Unión mientras Josefa, su madre, cuidaba de sus 5 hijos al tiempo que hacía labores en el campo.
Con 11 años se vio obligado a dejar los estudios y empezar a trabajar como aprendiz en una tienda de ultramarinos a cambio de la comida. Aquella experiencia le duró poco; al año siguiente lió el petate y se marchó a Cartagena para trabajar como camarero en la famosa casa de comidas que regentaba Pepe Calín en la calle Canales.
Este fue su primer contacto con la hostelería. En Casa Calín, la jornada empezaba a las siete de la mañana y se dilataba hasta la media noche. Hasta 28 comensales se daban cita en cada turno para dar buena cuenta de un menú que, en 1929, costaba 1 peseta y 20 céntimos.
Su primer sueldo fue de 30 pesetas, aunque más adelante, y gracias a las propinas de los clientes, llegó a juntar hasta cien duros al mes. La Guerra Civil Española (1936 – 1939) lo apartó de allí, aunque no del oficio ya que fue reclutado como cocinero.
Al finalizar el conflicto bélico, y ya de regreso al Albujón, se hizo cargo de la cantina del Casino de esta localidad, donde conoció a su «niña», Dolores Pagán, con quién, en el verano de 1946 y tras un año de noviazgo, contrajo matrimonio en la Ermita de El Albujón.
El 5 de mayo de 1940 y siguiendo los consejos de un par de amigos, que además le echaron una mano, abrió las puertas del primer Bar Pedrín situado justo enfrente del Casino. Ese primer día vendió 30 pesetas desde las cinco de la madrugada hasta las doce de la noche.
A base de muchísimas horas de trabajo –siempre decía que tenía que tener un café caliente para todo el que pasase por la carretera– fue poco a poco progresando hasta que, 15 años más tarde, adquirió –al yerno de su primer jefe– un local mucho más grande donde trasladó definitivamente la sede del bar que lleva su nombre.
El Café Asiático verdadero
Pero sin duda lo que siempre irá ligado a la figura de Pedrín es la invención del Asiático. Como otros grandes descubrimientos, éste llegó de manera azarosa y su nacimiento lo relatamos con sus propias palabras:
Como sólo servía café, un día me llegó alguien y me propuso que sirviera también café con leche por lo que compre un bote pequeño de leche condensada, otro día, otro cliente me propuso echarle un poco de coñac. Poco tiempo después se me rompió el colador del cacillo de la cafetera lo que provocaba la caída del poso del café a la taza.
Como había que pedir el cacillo a Valencia –y además costaba 100 pesetas que no tenía– tuve que improvisar algo hasta resolver el problema. Así, al café con leche condensada, le dí presión para obtener una espuma que ocultase las granzas del café que flotaban y para disimularlas en la boca le añadí canela.
Aquello estaba bueno y, como por aquella época había un combinado de café al que llamaban “ruso”, yo a mi invento le puse “Asiático”.
Otro día, uno de los chóferes que trasladaba los moldes de la extinta Fábrica del Cristal y Vidrio de Santa Lucía hasta la Real Fábrica de La Granja en Segovia me propuso dotar de “personalidad única” al asiático y me mostró un molde del siglo XIX que se usaba para el vermouth y que transportaba en su vehículo. Me puse en contacto con los nuevos fabricantes y les encargué las primeras copas.
Los primeros asiáticos valían una peseta
Pero si algo distinguió a Pedro Conesa, además de su ingenio, fue su carácter servicial, risueño y amistoso. Amigo de todo el mundo, independientemente de su credo y procedencia, consiguió con su buen hacer y su simpatía ligar el nombre de su pueblo, El Albujón, a un producto que se ha convertido en uno de los iconos de Cartagena y ha traspasado todo tipo de fronteras.
Por su barra han desfilado desde humildes carreteros y peones camineros hasta toreros, almirantes, actores, el entonces Príncipe Juan Carlos o el mismísimo Rey Balduino de Bélgica para degustar los famosos asiáticos. “Hasta extranjeros venían preguntando por ellos”, decía orgulloso.
Pedro Conesa Ortega falleció el 22 de mayo de 1996 rodeado de su mujer, su única hija, su yerno y sus siete nietos.
Es precisamente ahora cuando los vecinos de El Albujón se han propuesto honrar la memoria de Pedrín, dándole su nombre a una plaza principal de esta población murciana.
Y que mejor manera de terminar este ejemplo de tesón y de espíritu ecointeligente que con el testimonio de Dolores, esposa de Pedrín y fallecida recientemente a los 106 años de edad, y que en su explicación es apoyada por las palabras y recuerdos de Pepita, su hija:
Y tú, ¿has probado el café asiático verdadero? Si no lo has hecho, apúntatelo para tu próxima visita a Murcia
¡Sin duda, toda una experiencia gastronómica!