No podemos negar que el cambio climático es uno de los desafíos más apremiantes de nuestro tiempo, y la transición hacia un sistema energético más limpio y sostenible se ha convertido en una necesidad ineludible.
Sin embargo, este cambio, aunque indispensable, no estará exento de costes. En este contexto, es fundamental comprender que, a pesar de los desafíos económicos que pueda conllevar la adopción de tecnologías limpias, la falta de acción frente al cambio climático resultará, a largo plazo, mucho más costosa, como ya se anticipó hace casi 2 décadas con el Informe Stern.
La transición energética necesaria para limitar el calentamiento global a 1,5°C por encima de los niveles preindustriales, como se establece en el Acuerdo de París (COP21), conllevará una serie de impactos económicos, entre los cuales destaca un incremento en la inflación.
Este aumento se estima en aproximadamente 1,6 puntos porcentuales por año durante la próxima década y, aunque este incremento pueda parecer significativo, es importante entender que se trata de una inflación transitoria y controlable, y que sus efectos serán, en última instancia, beneficiosos en comparación con las devastadoras consecuencias económicas de no abordar el cambio climático.
Uno de los principales factores que impulsarán esta inflación es lo que se denomina greenflation o inflación verde, término referido al aumento de los costes asociado principalmente con la demanda creciente de metales y minerales esenciales para la fabricación de tecnologías limpias, como las turbinas eólicas, los paneles solares y las baterías para vehículos eléctricos.
La transición energética requiere grandes cantidades de materiales como cobre, litio y níquel, cuyo suministro es limitado y cuya extracción y procesamiento pueden llevar años, y este desajuste entre la demanda creciente y la oferta limitada impulsa los precios al alza.
A pesar de estos aumentos en los costes, es crucial destacar que la inflación verde es, en su mayoría, un fenómeno temporal, y a medida que se desarrollen y amplíen las capacidades de producción de estos materiales, y las tecnologías limpias se vuelvan más accesibles y eficientes, la presión sobre los precios disminuirá.
Además, una vez que la infraestructura dedicada a energías renovables esté desplegada en gran medida, los costes operativos serán significativamente menores en comparación con los sistemas basados en combustibles fósiles, lo que significa que, a largo plazo, los consumidores podrían beneficiarse de una energía más barata y abundante.
Por otro lado, la transición energética también desencadenará un fenómeno conocido como fossilflation, o inflación relacionada con los combustibles fósiles. A medida que la demanda de combustibles fósiles disminuya y las inversiones en su producción se reduzcan, los precios de estos recursos aumentarán.
Este aumento se verá impulsado por una menor oferta de hidrocarburos debido a la disminución natural de los campos petrolíferos y la falta de nuevas inversiones en exploración y producción y, aunque este aumento de precios pueda parecer un obstáculo, en realidad puede acelerar la transición hacia energías más limpias, ya que los altos precios de los combustibles fósiles incentivarán la adopción de alternativas renovables.
Además, la transición energética requerirá una inversión masiva en infraestructura y tecnologías ecointeligentes, lo que generará un fenómeno inflacionario adicional denominado demandflation.
Este término se refiere a la inflación generada por la necesidad de desviar recursos de otros sectores de la economía hacia la inversión en tecnologías limpias. Para liberar estos recursos, se producirá una combinación de aumento de precios y mayores tasas de interés, lo que podría posponer el consumo en otros sectores y elevar los costes generales en la economía.
Otro aspecto que considerar es el fenómeno que vamos a llamar strandflation, y que se refiere a la inflación causada por la creación de activos varados, es decir, infraestructura y tecnologías de combustibles fósiles que quedarán obsoletas antes de alcanzar el final de su vida útil económica.
A medida que los gobiernos y las empresas abandonen estas tecnologías en favor de alternativas más limpias, habrá un impacto negativo en la productividad, lo que también contribuirá al aumento de la inflación.
Es fundamental destacar que estos aumentos en la inflación, aunque significativos, son preferibles a las consecuencias económicas de no actuar contra el cambio climático
Sin embargo, si no se toman medidas, el mundo enfrentará un ciclo continuo e interminable de desastres naturales, que afectarán gravemente la producción global y desencadenarán un aumento persistente y volátil de los precios de bienes y servicios.
Este escenario de climaflación sería permanente y mucho más perjudicial para la economía global que los desafíos inflacionarios temporales asociados con la transición energética.
Además de las implicaciones económicas, la transición hacia un sistema energético más limpio también tendrá beneficios en términos de seguridad energética y salud pública, pues, a medida que los países reduzcan su dependencia de los combustibles fósiles importados, aumentará su resiliencia energética, lo que reducirá la volatilidad de los precios y contribuirá a una mayor estabilidad económica a largo plazo.
Asimismo, la reducción de la contaminación del aire derivada de la disminución del uso de combustibles fósiles tendrá beneficios significativos para la salud pública, aunque estos beneficios se materializarán a largo plazo.
En términos de política monetaria, los bancos centrales enfrentarán un desafío complejo durante la transición energética, ya que deberán equilibrar la necesidad de mantener la estabilidad de precios con el apoyo necesario para facilitar las inversiones en tecnologías limpias.
En este escenario, es posible que los bancos centrales necesiten adoptar enfoques más flexibles, permitiendo que la inflación supere temporalmente los objetivos tradicionales para evitar obstaculizar la transición energética.
Finalmente, es crucial que los gobiernos y las instituciones financieras proporcionen una mayor transparencia en cuanto a los costes y beneficios de la transición energética, para asegurar el necesario apoyo de todos los involucrados para poder implementar así las políticas de adaptación al cambio climático.
Solamente mediante un compromiso claro y sostenido de todas las partes interesadas será posible navegar con éxito los desafíos económicos de la transición energética y evitar las consecuencias mucho más graves de no actuar.
En conclusión, la transición hacia un sistema energético más limpio y sostenible es una inversión necesaria para garantizar un futuro estable y próspero y, aunque esta transición conlleva costes económicos en el corto plazo, estos son manejables y temporales en comparación con el coste devastador de la inacción frente al cambio climático.
Es imperativo que los gobiernos, las empresas y la sociedad en su conjunto reconozcan la importancia de actuar ahora, entendiendo que el precio de no actuar es infinitamente más alto que el coste de emprender el camino hacia un futuro más sostenible.
Si te interesa profundizar en este tema puedes acceder al informe de Carmignac titulado The inflated cost of the energy transition: 1.6% for 1.5°, y disponible en nuestro fondo documental ecointeligente.