El carbono azul es un concepto que ha cobrado creciente relevancia en las discusiones sobre sostenibilidad y cambio climático, gracias a su capacidad de contribuir a la reducción de gases de efecto invernadero (GEI).
Este término hace referencia al carbono orgánico capturado y almacenado por los ecosistemas marinos y costeros, en particular los manglares, marismas y praderas submarinas.
Sabemos que estos ecosistemas desempeñan un papel crucial en los ciclos biogeoquímicos globales, y su capacidad de capturar y retener carbono hace que el estudio y la protección de estos ambientes sean una herramienta clave en la lucha contra el cambio climático.
Para entender el concepto de carbono azul, primero es necesario situarlo dentro del marco de los ciclos biogeoquímicos, en particular el ciclo del carbono, siendo éste uno de los procesos fundamentales en la regulación del clima de la Tierra.
El carbono, elemento esencial para la vida, se encuentra en diversas formas en el aire, el agua, los organismos vivos y los sedimentos, por lo que los ciclos biogeoquímicos se refieren a la circulación y transformación de elementos como el carbono, el oxígeno, el nitrógeno y el fósforo, entre la biosfera, la atmósfera, la hidrosfera y la litosfera.
En el caso del ciclo del carbono, éste se mueve entre los océanos, la atmósfera, la vegetación y los suelos, siendo la fotosíntesis uno de los mecanismos clave para la captura de carbono en la biosfera, siendo las plantas, incluidas las que habitan en los ecosistemas costeros, las que convierten el dióxido de carbono (CO2) atmosférico en carbono orgánico, almacenándolo en su biomasa y en los sedimentos.
Sin embargo, no todos los ecosistemas capturan carbono con la misma eficiencia. Mientras que los bosques terrestres, como las selvas tropicales, han sido tradicionalmente valorados por su capacidad de secuestro de carbono, los estudios recientes han señalado que los ecosistemas costeros, particularmente los que están relacionados con el carbono azul, pueden ser incluso más efectivos.
Los ecosistemas de carbono azul incluyen los manglares, las praderas submarinas y las marismas salinas, que no solamente almacenan carbono en su biomasa, sino que también lo retienen en los sedimentos durante miles de años, haciendo que su contribución al secuestro de carbono sea mucho mayor y más duradera que la de los ecosistemas terrestres.
La capacidad de estos ecosistemas marinos y costeros para capturar y retener carbono radica en varios factores. En primer lugar, la productividad biológica de estos sistemas es extremadamente alta.
Los manglares, por ejemplo, son bosques costeros que crecen en las zonas intermareales tropicales y subtropicales, habiendo desarrollado estas plantas adaptaciones especiales para sobrevivir en ambientes salinos y anóxicos (con baja cantidad de oxígeno), y su productividad es elevada debido a la disponibilidad de nutrientes en las zonas costeras.
Las raíces de los manglares no sólo capturan carbono, sino que también ayudan a retener los sedimentos cargados de carbono que son arrastrados desde el interior de los continentes hacia el océano.
Por otro lado, las praderas submarinas, constituidas principalmente por fanerógamas marinas (plantas con flores adaptadas a vivir bajo el agua), son capaces de capturar dióxido de carbono a través de la fotosíntesis, almacenándolo en sus tejidos y en los sedimentos circundantes.
Estas praderas, que se extienden en áreas costeras poco profundas de todo el mundo, actúan como sumideros de carbono a largo plazo, ya que el carbono que capturan puede permanecer en los sedimentos marinos durante siglos o incluso milenios.
Un aspecto notable de estos ecosistemas es que, a diferencia de los ecosistemas terrestres, el carbono almacenado en los sedimentos marinos no se libera fácilmente a la atmósfera, lo que convierte a estos entornos en reservorios de carbono muy estables.
El carbono azul es especialmente relevante en la lucha contra el cambio climático debido a su capacidad de absorber y retener grandes cantidades de carbono, comparado con los ecosistemas terrestres.
Se estima que, aunque las zonas costeras cubren solo el 2% de la superficie del océano, son responsables de cerca del 50% del carbono total que se almacena en los sedimentos oceánicos, siendo esta asombrosa capacidad de secuestro de carbono la que convierte a los ecosistemas de carbono azul en aliados indispensables para mitigar el calentamiento global.
No obstante, a pesar de la importancia de estos ecosistemas, muchos de ellos están amenazados por la actividad humana, destacando la destrucción de los manglares para dar paso a proyectos urbanísticos o de acuicultura, la degradación de las praderas submarinas por la contaminación y las prácticas de pesca destructivas, y la pérdida de marismas debido a la expansión agrícola como algunos ejemplos de cómo las acciones humanas están afectando negativamente a estos ecosistemas cruciales.
Cuando se destruyen estos hábitats, se detiene la captura de carbono, además de que el carbono almacenado durante siglos puede liberarse nuevamente a la atmósfera, contribuyendo a un aumento en las concentraciones de CO2.
La protección y restauración de los ecosistemas de carbono azul no es sólo una cuestión de conservación de la biodiversidad, sino una estrategia clave en la mitigación del cambio climático
Los proyectos orientados a la conservación de estos ecosistemas ayudan tanto a preservar los servicios ecosistémicos que ofrecen como la protección contra tormentas y la mejora de la calidad del agua, sin olvidarnos que también generan importantes beneficios climáticos al secuestrar grandes cantidades de carbono.
En este contexto, es crucial promover iniciativas y proyectos que apoyen la restauración y conservación de los ecosistemas de carbono azul, siendo gobiernos, empresas y organizaciones internacionales las que tienen un papel vital que desempeñar en la protección de estos recursos.
A nivel de políticas, es fundamental incluir a los ecosistemas costeros en las estrategias nacionales de mitigación del cambio climático, lo que implica no solamente proteger los ecosistemas existentes, sino también restaurar aquellos que han sido degradados.
Desde el punto de vista empresarial, cada vez más compañías están buscando formas de reducir su huella de carbono, y los proyectos de carbono azul ofrecen una oportunidad excelente para compensar sus emisiones de CO2. En un contexto nacional marino, los proyectos de restauración de manglares, marismas y praderas submarinas podrían integrarse dentro de los programas de compensación de carbono.
Este enfoque ayudaría a combatir el cambio climático y también proporcionaría beneficios adicionales, como la creación de empleo en las comunidades costeras, el aumento de la resiliencia frente a desastres naturales y la mejora de la biodiversidad.
En conclusión, el carbono azul es un concepto que destaca la importancia de los ecosistemas costeros y marinos en la captura y almacenamiento de carbono, y su capacidad de secuestrar carbono de forma eficiente y a largo plazo lo convierte en un recurso esencial en la lucha contra el cambio climático.
Sin embargo, estos ecosistemas están en riesgo debido a las actividades humanas, y su destrucción no sólo frena su capacidad de capturar carbono, sino que también libera grandes cantidades de CO2, agravando el problema del cambio climático, por lo que es fundamental apoyar proyectos que restauren y protejan estos ecosistemas, tanto a nivel nacional como internacional, como parte de una estrategia más amplia de mitigación del cambio climático.
Las empresas también deben considerar la compensación de sus emisiones mediante la inversión en proyectos de carbono azul, ya que estos no solo contribuyen a la reducción de emisiones, sino que también ofrecen beneficios ecológicos, sociales y económicos significativos.
Solamente mediante un enfoque integral que nos involucre a todos podremos aprovechar plenamente el potencial del carbono azul para hacer frente a la crisis climática global.