La descarbonización de sectores importantes, como puede ser la industria, emerge como un imperativo ineludible en la lucha contra el cambio climático y en la construcción de un futuro más sostenible.
En este contexto, la transición energética se presenta como una necesidad urgente y como un desafío complejo que exige un enfoque multifacético, que debe integrar de manera armoniosa los aspectos sociales, económicos y ambientales, lo que requiere un esfuerzo concertado de gobiernos, empresas, trabajadores y la sociedad civil en su conjunto.
Aunque algunos (cada vez menos) insistan en cuestionar que el cambio climático es una realidad, la evidencia científica que señala a la quema de combustibles fósiles es uno de los principales responsables del calentamiento global es abrumadora.
Ante esta situación, es imprescindible un cambio radical en nuestro modelo energético, perfilándose las energías renovables, la eficiencia energética y la electrificación del transporte como 3 piezas fundamentales en este complejo rompecabezas, permitiendo reducir significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y avanzar hacia una economía más limpia y sostenible.
A pesar de la claridad de estos hechos, persisten voces que cuestionan la viabilidad y la necesidad de la transición energética, argumentando, por ejemplo, que este proceso es demasiado costoso, que supondrá un lastre insuperable para la economía y que provocará la pérdida de innumerables empleos.
Sin embargo, en gran medida estas afirmaciones carecen de fundamento, demostrando la realidad que la transición energética tiene el potencial de generar millones de nuevos puestos de trabajo, estimular la innovación tecnológica y propiciar un crecimiento económico sostenible y resiliente.
Es importante desmontar el mito de que la transición energética es un ataque a nuestro estilo de vida, ya que se nos intenta hacer creer que este cambio implicará renunciar al confort y al bienestar al que estamos acostumbrados, que ya no podremos viajar en avión o disfrutar de viviendas confortables.
Lo cierto es que la transición energética no implica necesariamente renunciar a las comodidades que tenemos a nuestro alcance, sino adaptarlas y realizarlas de una manera más sostenible y responsable con el Planeta.
La buena noticia es que la ciudadanía es cada vez más consciente de la necesidad de frenar el cambio climático, habiéndose convertido la sostenibilidad en uno de los principales factores que influyen en las decisiones de compra de los consumidores europeos.
Este creciente interés por productos y servicios sostenibles debería ser un catalizador para que las empresas adopten prácticas más respetuosas con el medio ambiente. Sin embargo, nos enfrentamos a un fenómeno preocupante, que también opera sin pudor en el sector energético. Nos referimos al lavado verde o greenwashing.
El greenwashing se refiere a las prácticas engañosas de algunas empresas que, a través de afirmaciones ambientales infundadas o exageradas, intentan convencer a los consumidores de que sus productos o servicios son más sostenibles de lo que realmente son.
Este engaño no solo perjudica a los consumidores, que toman decisiones basadas en información falsa, sino que también socava los esfuerzos de las empresas que realmente están invirtiendo en descarbonizarse y adoptar prácticas sostenibles.
La proliferación del greenwashing en el sector energético crea confusión en el mercado y diluye el incentivo para que las empresas realicen inversiones genuinas en sostenibilidad.
Cambiar el color de un logo por un tono verde (que evoca a la naturaleza) o por uno azul (que simula el cambio a la electrificación) no enmascara que tu principal negocio esté ligado a la extracción y quema de combustibles fósiles
Si a ojos del consumidor ser verde y autoproclamarse verde tienen el mismo valor, las empresas pueden sentirse tentadas a optar por el camino fácil de la propaganda engañosa en lugar de realizar los esfuerzos necesarios para reducir su huella ambiental.
Conscientes de esta problemática, las instituciones europeas han tomado medidas para proteger a los ciudadanos de estas prácticas engañosas y para fomentar una competencia leal entre las empresas.
La Unión Europea ha desarrollado 3 directivas específicas destinadas a combatir el greenwashing, las cuales deberán ser incorporadas en las legislaciones nacionales de los Estados miembros, buscando estas directivas establecer criterios claros y verificables sobre las afirmaciones ambientales que pueden hacer las empresas, garantizando así que solo aquellas que realmente cumplan con estándares de sostenibilidad puedan promocionarse como tales.
La implementación de estas directivas es crucial para restablecer la confianza de los consumidores y para asegurar que las empresas comprometidas con la sostenibilidad puedan destacar en el mercado.
Además, promueven una mayor transparencia y responsabilidad corporativa, alentando a las empresas a adoptar prácticas más sostenibles no sólo por cumplir con la regulación, sino también como una estrategia de negocio a largo plazo.
Es fundamental que como sociedad separemos las verdades de las mentiras en torno a la transición energética, reconociendo que este proceso supone una oportunidad única para construir un futuro mejor para nosotros y para las generaciones venideras.
La transición energética, lejos de ser una carga, es claramente una inversión en nuestro futuro colectivo, que nos va a permitir abordar el desafío global del cambio climático, mejorar la calidad del aire y del agua, proteger la biodiversidad y promover un desarrollo económico más equitativo y sostenible.
La resistencia al cambio a menudo se basa en el temor a lo desconocido y en la inercia de los modelos tradicionales. Sin embargo, aferrarse al pasado no es una opción viable frente a los desafíos actuales, siendo esenciales la innovación y la adaptación para superar estos obstáculos.
La historia nos ha demostrado que las sociedades que abrazan el cambio y la innovación son las que prosperan y lideran en el escenario global
La transición energética también es una oportunidad para corregir desigualdades y promover la justicia social, siendo los empleos verdes un ejemplo de oportunidades de trabajo decente y bien remunerado, contribuyendo a reducir las disparidades económicas y sociales. Además, una economía sostenible puede mejorar la calidad de vida de las personas, proporcionándoles entornos más saludables y servicios más ecoeficientes.
Para aprovechar plenamente los beneficios de la transición energética, es imprescindible contar con políticas públicas sólidas y con el compromiso activo de todos los actores sociales. A lo que hay que sumar que los gobiernos deben establecer marcos regulatorios que incentiven la inversión en energías renovables y en tecnologías limpias.
Por su parte, las empresas deben asumir su responsabilidad y liderar con el ejemplo, adoptando prácticas sostenibles en toda su cadena de valor, teniendo los consumidores el poder de impulsar el cambio a través de sus decisiones de compra y de exigir mayor transparencia y responsabilidad a las empresas.
Asimismo, la educación y la sensibilización son herramientas clave en este proceso, por lo que es necesario promover una mayor comprensión de los desafíos y oportunidades que representa la transición energética. Informar a la ciudadanía sobre los beneficios reales de este cambio y sobre cómo pueden contribuir individualmente es esencial para generar un apoyo amplio y sostenido.
En este sentido, combatir el greenwashing es fundamental, pues disponer de información precisa y veraz es un derecho de los consumidores y una condición necesaria para que el mercado funcione de manera eficiente y justa.
Las prácticas engañosas no solo perjudican a los consumidores y a las empresas honestas, sino que también socavan la confianza en el sistema y pueden retrasar la adopción de soluciones sostenibles
La Unión Europea, al tomar medidas contra el greenwashing, envía un mensaje claro sobre la importancia de la transparencia y la integridad en el mercado, debiendo ser complementadas estas acciones con esfuerzos a nivel nacional y local, así como con la cooperación internacional, dado que el cambio climático y la sostenibilidad son desafíos globales que trascienden fronteras.
En conclusión, la transición energética es un camino necesario y beneficioso hacia un futuro sostenible, y, aunque existen desafíos y resistencias, los beneficios económicos, sociales y ambientales superan con creces los costos y esfuerzos requeridos.
Es responsabilidad de todos nosotros, como individuos y como sociedad, contribuir a este proceso, ya sea a través de nuestras decisiones de consumo, de nuestras prácticas empresariales o de nuestro apoyo a políticas públicas responsables.
Debemos mantenernos vigilantes ante las prácticas de greenwashing y exigir transparencia y honestidad a las empresas, y solamente así podremos asegurarnos de que nuestros esfuerzos y decisiones contribuyen realmente a la construcción de un futuro sostenible.
La transición energética no es una opción, es una necesidad ineludible que debemos afrontar con determinación y claridad, tanto para proteger al Planeta como para construir una sociedad más justa y próspera para todos.
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