La evolución de la energía eólica desde los primeros molinos hasta las enormes turbinas modernas refleja una historia de ingenio, perfeccionamiento técnico y búsqueda de alternativas sostenibles.
Durante siglos, las comunidades aprovecharon la fuerza del viento para tareas mecánicas elementales, como mover barcos de vela o accionar molinos para moler grano y bombear agua, y estos dispositivos, aunque rudimentarios, establecieron las bases de una relación duradera entre el ser humano y un recurso abundante que no requería de combustibles externos.
Primeros pasos hacia la producción de electricidad
La verdadera transformación del viento como fuente energética llegó cuando los primeros experimentos demostraron su potencial para generar electricidad, siendo a finales del siglo XIX, en Escocia y Estados Unidos, cuando unos sencillos prototipos lograron encender unas pocas bombillas.
Aunque estas máquinas resultaban limitadas, marcaron un punto de inflexión al dejar claro que la fuerza del aire podía alimentar circuitos eléctricos y, con el tiempo, contribuir al suministro más amplio de energía.
Por aquel entonces, la mayoría de la electricidad procedía de carbón, gas y recursos hidroeléctricos, y la idea de que el viento fuera algo más que un complemento menor aún estaba lejos de consolidarse.
Ajustes técnicos y compatibilidad con la red
En las primeras décadas del siglo XX, las turbinas se desarrollaron lentamente, y fueron ingenieros de diversas regiones del mundo los que buscaban mejorar el diseño de las palas, optimizar la transmisión y adaptar los equipos a la generación de corriente alterna.
La incorporación de engranajes, multiplicadoras y mecanismos de orientación automática fue dando forma a máquinas de aerogeneración más versátiles
Aun así, estos equipos iniciales resultaban costosos de mantener y se averiaban con frecuencia, como es el caso de la turbina Smith-Putnam, que en la década de los 40 alcanzó 1 MW de potencia, pero sufrió una avería tras pocas horas sin llegar a repararse, un ejemplo de las dificultades técnicas de la época.
El impulso de la crisis del petróleo y la referencia danesa
A mediados del siglo XX, la turbina Gedser en Dinamarca demostró que la generación eólica podía ser fiable y económica. Su diseño de tres palas y el uso del stall control marcaron un hito, asegurando durabilidad y un coste razonable.
Sin embargo, la mayoría de los países seguían confiando en otras fuentes hasta que la crisis del petróleo de 1973 sacudió los mercados energéticos, impulsando la búsqueda de alternativas.
A partir de ese momento, el interés por la eólica creció de forma sostenida, con un mayor número de proyectos piloto y el apoyo gubernamental en lugares como Dinamarca y California (EEUU).
Avances en altura, materiales y electrónica
Desde finales de los 70 hasta los 80, el aumento en la altura de las torres y el mayor diámetro de las palas posibilitaron un mejor acceso a vientos más fuertes y estables.
Las torres tubulares y el uso de fibra de vidrio ofrecieron nuevas oportunidades, mientras la incorporación de inversores y controladores electrónicos en los 80 permitió suavizar la entrega de electricidad a la red.
El pitch control y la velocidad variable del rotor incrementaron la eficiencia, consiguiendo estas innovaciones que las primeras instalaciones comerciales surgieran, sentando las bases de un sector que ya no se limitaba a prototipos aislados.
Expansión terrestre y salto al mar
La década de 1990 fue decisiva, pues las tecnologías se consolidaron y la producción en serie de turbinas más fiables y potentes se extendió por Europa y América.
Paralelamente, Dinamarca instaló el primer parque eólico offshore, abriendo un nuevo frente de desarrollo, ya que el entorno marino ofrecía vientos más constantes, aunque exigía mayor resistencia ante condiciones adversas.
El interés internacional aumentó, y países como Alemania, España o Estados Unidos incorporaron cada vez más capacidad instalada.
Control remoto, paridad de red y globalización
A finales del siglo pasado y principios de éste, la monitorización y el control remoto permitieron optimizar el rendimiento y reducir los tiempos de inactividad, conduciendo esta gestión inteligente, sumada a la reducción constante de costes, a la paridad de red en numerosos mercados.
Las turbinas crecieron en potencia y tamaño: alturas superiores a los 100 metros y rotores de más de 100 metros de diámetro dejaron de ser excepcionales. En el mar, máquinas aún más grandes sobrepasaron los 5 MW y los proyectos offshore se multiplicaron.
La industria se globalizó, con fabricantes y operadores capaces de suministrar equipos a distintas latitudes.
Integración con la solar y el almacenamiento
El viento, junto con la solar y las baterías, se combina ahora en sistemas híbridos que equilibran la variabilidad.
Mientras la eólica genera más en ciertos momentos, la solar refuerza otros periodos y las baterías almacenan el excedente, ofreciendo esta combinación un suministro de electricidad más estable y que reduce en gran medida la dependencia de fuentes convencionales.
El refinamiento de las cadenas de suministro y la adopción de normas internacionales facilitaron la difusión de la tecnología a regiones con recursos aprovechables.
Futuro marino, turbinas flotantes y mayor madurez
En el futuro, las turbinas flotantes permitirán instalar aerogeneradores lejos de la costa, en aguas profundas con vientos más intensos.
Esta perspectiva amplía las posibilidades de crecimiento, existiendo, además, proyectos sin ayudas ni subvenciones, lo que demuestra la madurez alcanzada.
El sector invierte en electrónica de potencia, sistemas predictivos y materiales avanzados, al tiempo que presta atención a los impactos en el entorno. Por ejemplo, las soluciones para mitigar colisiones con aves o reducir el ruido pretenden consolidar la relación con las comunidades y el medio ambiente.
De los modestos comienzos a la presencia global
La evolución eólica, desde aquellos molinos sencillos hasta las imponentes máquinas actuales, es una muestra del potencial humano para explotar fuerzas naturales con ingenio y perseverancia.
La madurez tecnológica alcanzada, su integración con otras renovables y el papel del almacenamiento han llevado la eólica a formar parte esencial del panorama energético global, resultando ser una fuente de energía competitiva, adaptable y cada vez más presente.
Esta trayectoria, marcada por la innovación multidisciplinar y el aprendizaje continuo, asegura un papel destacado al viento en el abastecimiento eléctrico internacional, con perspectivas de seguir creciendo y perfeccionándose.